Hay que decir que el Madrid solo está para Champions. Siempre ha sido un club enamorado de la épica europea, épico en el enamoramiento transnacional, esencialmente empresario, globalista –la fea palabra de moda pega aquí como goma de mascar–, un equipo cuyo espíritu metaboliza evocaciones universales. Más que un once madrileño, se trata de una multinacional. Por eso ahora mismo La Liga, incluso la Copa del Rey, desestimulan hasta cierto punto a sus referentes… incluso a cierto sector elitista de su público y su directiva.
La pregunta en boga es qué le pasa al Real Madrid, cómo un equipo apabullante apenas tres meses atrás puede decaer tan abruptamente en Liga (en la Champions sigue siendo letal). Y le pasa, tal vez inconscientemente, que en temporada nacional toca letargo. Se impone el espíritu transnacional y la luz de la relajación brilla insistente, señalándole a los exquisitos atletas el túnel de salida hacia sí mismos. Las grandes estrellas blancas “sienten” que merecen coger “un diez” –es el caso de Isco, diez por partida doble–, o sencillamente lo necesitan: han ganado demasiado durante demasiado tiempo. Tres Champions en cuatro años, pespunteadas por Copas, Supercopas y Ligas, suman un resultado precisamente solo a tiro del Madrid inescrupuloso de los años cincuenta. Todo vuelve a ser lo que era. Ningún otro equipo en el mundo –y del mundo– puede conseguir algo semejante.
En este sentido, quizá ningún otro jugador represente más orgánicamente la relajación del Madrid como Isco, aunque en la foto caben Cristiano, Modric, Kroos, Benzema… Mas súbitamente, en el torneo de torneos, deslumbran jugadas imposibles como las de los tres goles del Madrid contra el Dortmund este miércoles 6 de diciembre en el Bernabéu, y Europa tiembla desconsolada. Despierta del sueño de la decadencia blanca para enfrentar, otra vez y una vez más y nuevamente, la realidad de la maquinaria transnacional. El Madrid descansa, mas no en la Champions League. La excepcionalidad aguarda al alcance de una manita.